PPB
El novembre del 2015, es compleix el 40 aniversari de la mort de Pier Paolo Pasolini. Les persones que formem part del Projecte Pier Paolo Pasolini Barcelona (PPB) considerem que aquesta és una data prou important per intentar fer alguna cosa que mantingui viva la figura d’aquest poeta, cineasta i escriptor.
Això, ni podem ni volem fer-ho sols. Sabem que hi ha gent que comparteix l’interès per Pasolini. Sabem que hi ha persones que amb idees i iniciatives interessants que es podrien portar a terme. Nosaltres estem oberts a totes les propostes, a totes les iniciatives i a totes les col·laboracions.
Us animem a posar-vos en contacte amb nosaltres i a fer, des d’ara, l’any Pasolini un projecte cultural ampli, necessari i viu.
31 ene 2015
Sin Pasolini
En septiembre de 2015, será el
40 aniversario del asesinato de Pasolini. Promovido por el Proyecto Pasolini
Barcelona, se ha iniciado el Año Pasolini,
una iniciativa abierta que pretende llenar este con todo tipo de actos, en torno
a la figura del poeta desaparecido.
Poeta
a los siete años
Pier Paolo Pasolini nació en
1922 de padre militar de carrera y madre maestra elemental. Pasó desde la
infancia hasta la juventud desplazándose en función de los destinos del padre.
Un día su madre le escribió una poesía. Lo que le impresionó al niño fueron las
correcciones: Pasolini estaba convencido de que las poesías que leía en la
escuela habían surgido así, acabadas, como un bloque. Por el contrario, su
madre la corregía, la limaba, la hacía más bella. Aprendió entonces que la
poesía era un trabajo arduo y delicado. Así, a los siete años –como Rimbaud,
dirá luego— se convirtió en poeta y leyó
casi todos los poetas italianos: de Dante y Petrarca a Ungaretti y Montale,
pasando por Carducci, Pascoli y D’Anuncio.
Durante los veranos, iban a Casarsa en el Friuli. Su
madre, en casa, hablaba el italiano, pero con los vecinos hablaba el friulano.
En principio, Pasolini encontró en esta lengua no escrita lo que querían los
simbolistas: una lengua para la poesía.
Pero, después de la guerra mundial, se hizo comunista –la decisión «más importante de mi vida»— y fue
variando su percepción del friulano: vio en ella la lengua real de los
campesinos pobres y, por tanto, un elemento de realismo social.
En 1948, Pasolini fue nombrado secretario de la célula
comunista de San Giovanni en Casarsa y empezó a desarrollar una militancia en
todos los aspectos, desde hacer diarios murales hasta escribir en la prensa
regional. En las elecciones de 1948 su militancia fue total. A través de la
Democracia Cristiana se le comunico veladamente que dejase su militancia o
pagaría por su homosexualidad. Pasolini no hizo caso a la amenaza. Pero era
sabido que el Partido Comunista de Italia –como todos los demás partidos— no
admitía en su seno a homosexuales reconocidos. El caso de Luchino Visconti había
sido un caso claro: no se le permitió ser miembro del partido precisamente por esto.
Ante la actitud de Pasolini, la Democracia Cristiana interpuse la denuncia
contra Pasolini por corrupción de menores y actos obscenos en lugar público. No
hubo ni siquiera denuncia en firme –porque nadie consideraba anormal una
masturbación colectiva— pero sí hubo escándalo y sus previsibles consecuencias:
la expulsión del partido comunista y la suspensión de su trabajo como maestro
elemental.
Sin trabajo ni posibilidad de obtenerlo, con el padre con
síntomas de paranoia (que hacía pagar a la madre), Pasolini y su madre, Susanna
Colucci huyen a Roma en enero de 1950. Ella hace de criada y él busca en todo
tipo de periódicos, en Cineccità, encontrando un trabajo mal pagado de
corrector de pruebas en un periódico. Con Sandro Penna, poeta mayor que él y
homosexual, descubre las noches romanas. En pocos meses se aventura hacia las borgate: donde vive el subproletariado
de Roma. Al principio las borgate fueron donde desplazaron a la población
expulsada por el fascismo del centro de la ciudad. Al terminar la Segunda
Guerra Mundial, se convirtieron en receptores de la inmigración del sur, que
invadió las borgate existentes y creo
otras nuevas, esta vez barracas puras y duras, que algunas estuvieron en pie
hasta hoy.
Era donde la ciudad
cambia de nombre. Se suponía que nadie se interesaba por quienes vivían
ahí. Pero Pasolini sí. La interesaba vitalmente, por su pasión por los jóvenes del
subproletariado; pero le interesaban también intelectualmente, al descubrir una
jerga y unas costumbres radicalmente opuestas a las del mundo burgués. En 1955
publicó la novela Ragazzi de vida que
fue un éxito rotundo de vendas y elevó a Pasolini a la fama. Siguió la novela Una vida violenta (1959) y las películas
Accattone (1961), Mamma Roma (1962) y La ricotta (1963), todas ellas basadas en la vida de las borgate. El paso al cine pareció otra
forma de hacer ver lo que los romanos se negaban a ver.
El
poeta de las cenizas
En 1956, el XX Congreso del
PCUS reveló los crímenes de Stalin. El mundo comunista occidental fue sacudido
por saber que habían sido cómplices en estas matanzas (¡generalmente de
comunistas!). En plena crisis, Pasolini publicó el libro Las cenizas de Gramsci (1957). Por su composición, fue considerado
el primer poeta civil de la poesía
italiana. En el libro mezclaba el quehacer poético con la posición política y
el grito personal (como diverso). Como independiente, dialogaba con Gramsci y
apostaba por una refundación de la izquierda. El libro tuvo tanto éxito que se
agoto antes de una semana. Le siguieron La
religión de mi tiempo (1961), Poesía
en forma de rosa (1964) y Transhumanar
y organizar (1971). Estos cuatro libros son el corpus de su poesía y son los que hicieron gritar al novelista
Antonio Moravia en sus exequias que Pasolini era uno de los pocos poetas que
había dado el siglo. La del poeta –y también novelista— sigue siendo la imagen
de Pasolini en Italia, aunque en el resto del mundo han pasado a primer plano
la imagen del director de cine y, cada vez más, la del crítico del capitalismo.
En 1964 estrena El
evangelio según san Mateo (el san es un apostrofe que le puso el
franquismo: en original iba sin él). Fue el primer éxito de taquilla, como lo
serían luego El Decamerón (1971), Los cuentos de Canterbury (1972) y Las mil y una noches (1973) o estreno
póstumo de Salò o las 129 jornadas de
Sodoma (1975). El Evangelio según
Mateo partía de una historia conocida, lo que aprovechó Pasolini para
experimentar con el lenguaje de la cámara… sin que nadie se diera cuenta.
Siguió haciendo cine, pero dejo de escribir libros hasta
prácticamente bien entrados los setenta. En 1965, rueda Pajarracos y pajaritos. Es una película agridulce sobre la crisis
del marxismo o sobre el progresivo aburguesamiento de la clase obrera y la
transformación de las barriadas populares. Después siguieron Edipo rey de la fortuna (1967), Teorema (1968) y Porcile (1969). Son películas que –salvo en Francia— fueron
juzgadas desagradables. De 1965 a 1970, al final de los años sesenta hace
películas que son difícilmente consumible: películas que contienen un discurso
totalmente a contracorriente de la sociedad. Esta tendencia se manifiesta
también en el teatro. En marzo de 1966 sufre una hemorragia de úlcera que le
tiene un mes en la cama y una larga convalecencia. En este período escribe seis
obras de teatro y el Manifiesto por el
nuevo teatro. En él plantea claramente de lo nuevo nunca puede ser lo que
se espera: si ha de ser nuevo, ha de ser inesperado.
Corsario
contra el consumismo
Aquella temática apuntada en Pajarracos y pajaritos es la que va
apareciendo en las secciones de «diálogos
con los lectores» de Vie nuove (1960-1965)
y Tempo (1968-1979), cristalizará en Escritos corsarios y Cartas luteranas y será la que le valdrá
el recuerdo como crítico del capitalismo, del consumismo y de la teoría
desarrollista.
El discurso de Pasolini era claro: en algún momento de
los años sesenta, había aparecido la sociedad de consumo, que suponía una
auténtica revolución antropológica. El consumo aparece como un prefigurador de
identidades poderosísimo. Los consumidores eran aparentemente todos iguales,
pero en realidad eran sumamente diferentes: las diferencias de clase seguían estando allí (aunque tendían a ser
olvidadas). El caso más grave era el del subproletariado de las barriadas. La
televisión les ofrecía modelos de comportamiento que no podían alcanzar. Esto
generó una violencia estructural que acabó dando lugar al amoralismo más absoluto: si había que robar y matar para conseguir
las pautas de consumo fijadas, se robaba y se mataba. Entre 1975 y 1980, la
cadena de hechos violentos que sacude Roma tiene paradójicamente como
protagonistas algunas de las barriadas que Pasolini había inmortalizado en sus
novelas.
Además,
se tiende a confundir progreso (sociocultural) y desarrollo (estrictamente
económico). El consumo es el fin de un mundo. El problema es que volver atrás
no es posible. El mito del pasado es muy
fácil y equivoco: muchas veces se ha atribuido erróneamente al propio
Pasolini. Aunque lo que propone Pasolini
es una suerte de decrecimiento avant la
lettre: frenar la producción de bienes superfluos, cerrar la televisión, reformar
la enseñanza, dar prioridad a la cultura, etcétera. Uno de sus últimos poemas
acaba así «¡Viva la lucha comunista por los bienes necesarios!».
Pasolini
no era un hombre político. Igual que Manuel Vázquez Montalbán decía que él era
sólo un poeta. En Escritos corsarios
y en las Cartas luteranas (o en las Entrevistas corsarias) no hay una teoría
acabado, aunque hay esbozos de análisis detallados. Entre 1998 y 2003 de
editorial milanesa Mondadori publico diez tomos (veinte mil páginas) con casi
toda la obra escrita de Pasolini. Hay un volumen que ya se ha reeditado seis
veces (y que está ya en PDF): es precisamente en que contiene los escritos
político-sociales.
En todo
el mundo estos libros se reeditan sin cesar: es la forma más fácil de descubrir
que Pasolini es, a pesar de su brutal asesinado, nuestro contemporáneo. Su
clasicismo no es más que una ayuda para pensar un tiempo que sigue siendo el
nuestro.
Josep Torrell
[Este artículo fue publicado, ligeramente reducido, en La veu del carrer nº 134, diciembre
2014, pág, 29]
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